Heriberto
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Mi abuela es ludópata

Mi abuela es ludópata

Oct 24, 2020

Heriberto Duarte

Mi abuela es ludópata. Y con el cierre de los casinos la ha pasado muy mal. Bueno, al principio. Estoy seguro que ahora no la pasa tan mal. Y estoy seguro porque la doña se convirtió en el patio trasero en lotería clandestina.

¡Las jaras! ¡El gorrito! Les cuento:

Vivo con ella hace unos años. Y no hace tanto que se hizo viciosa de pasar tiempos largos en los casinos. Los primeros meses me echó las mentiras más extrañas. Imagino que por vergüenza. ¿Dónde puede pasar una señora de 76 años las madrugadas? ¿En el Club Obregón? Ni pistea.

Siempre tuve muy claro que no se escapaba a emborracharse ni con un novio. Porque además de no tomar, es de esas señoras eternamente enamoradas de su marido (mi abuelo) aún a pesar de muerto. Le hace cariños a las fotos de los dos y a la menor provocación saca los recuerdos.

Les decía. Cuando se empezó a escapar a jugar en las tragamonedas, me decía que iba a un velorio. Y como anillo al dedo, iba a los "novenarios". Se me hizo raro al tercer combo: velorio + novenario al que acudía al hilo, en dos meses.

Después, un diciembre las velaciones de la virgen le cayeron de perlas para irse a jugar. Que vaquetona. Nunca en la vida se había parado a misa la vieja loca (así le digo de cariño). Y ahora muy rezadora en los velorios y a las once velaciones de la virgen de Guadalupe fue.

Luego que se acabaron los muertos y la temporada de velaciones, empezaron los cumpleaños de la fulana, el baby shower de sutana y la despedida bíblica de su sobrina la sabe quién.

Yo no le decía nada cuando salía ni cuando volvía. Lo que sea que anduviera haciendo, a su edad, seguro le hacía muy bien. Pero ella se esforzaba en explicar a dónde iba y dónde había estado. Me daba algunos detalles extras, de personas que no conozco o de gente ya fallecida.

¿Qué me trajiste? Le decía yo en greña, cuando volvía. Y de su bolsa gigante me sacaba unas pizzerolas o un zebra cake. Mis favoritos. La vieja loca es un amor. Aunque ahora tenga un negocio ilegal. Como les decía:

Mi abuela es ludópata. Y no se aguantó un día que, según me explicado, le había tocado un premio especial en las maquinitas. Y venía bien contenta con quince mil pesos. Me regaló dos mil y me dijo que no le dijera nada a mi mamá. No sé si fue un regalo o un soborno.

Entonces fue que me contó lo que ya sospechaba. Empezó a decirme que cuando se iba con mi tía Lolona se iba al casino, que iban por diversión, para pasar el rato y que no gastaban mucho. “Ni le pierdo, ni le gano, sólo me divierto”. Parecía que la frase la había estado ensayando.

Mi tía Lolona era la de los raites, a donde mi abuela necesitara. Eso es lo que yo creía. Pero con la nueva revelación lo entendí todo. Me quedaba muy claro, que la vieja loca se la estaba pasando muy bien. No tuve motivos para juzgarla y la felicité por sus quince mil pesotes.

Todo marchó. La tía Lolona y mi abuelita siguieron pasando horas en las máquinas. A veces me hablaban un poco de sus amigas casineras, de los empleados del casino. A algunos les llamaban por su nombre y se sonrojaban. Pinchis doñas calientes. Andaban voladas con los del casino.

Y que bueno, la neta. Que tengan donde divertirse. No me afecta nada en mi vida. Y yo no tenía porque decirle nada a la vieja loca que siempre aparecía con zebra cakes o pizzerolas. La amo. El pedo fue, cuando llegó la pandemia.

Con el cierre de los casinos las cosas en la casa empezaron a ponerse calientes. Yo estaba acostumbrado a estar encerrado pero mi abuela estaba habituada a pasar eternidades en el casino. Su ludopatía ya tiene niveles bien pasados ​​de verga y se me puso malita la vieja.

Me andaba gritando bien feo. Eso en las primeras semanas de aislamiento. Bien gruñona se ponía. Salía de su cuarto sólo para reclamar cosas. Andaba tan amargada, que hasta por morirme me la hubiera hecho de pedo.

Un día me gritó bien sarra, nomás por dejar abierta la puerta del microondas. Pero me estaba quemando bien machín las manos con el plato porque aprendí a hacer papas fritas en TikTok en el micro. Y se me olvidó cerrarla. Quedan bien ricas, la neta.

Luego le entró una etapa de agüitación. La escuchaba llorar cuando pasaba por su cuarto. A veces me quitaba de la sala para que ella saliera. O que se diera cuenta que el área de sala-cocina estaba desocupada, a ver si salía de su cuarto aunque sea por agua.

Bien preocupado le hablé a miamá. Vive al otro lado. Le dije lo de mi abuela y me dijo que seguro era por el pinchi casino. Yo no le había dicho nada, pero hasta allá le llegó el mitote de que la Lolona y mi vieja loca andaban bien enviciadas. Acordamos darle unos días al asunto.

Los casos de enfermos por covid seguían aumentando. Y todo cerrado. Una mañana mi abuela apareció en la sala, muy perfumada, peinadita. ¿Y eso? Le dije. Nada, me dijo. Ahorita va a venir tu tía Lolona a tomar café. Así fue, llegó la tía con otra señora que nunca había visto.

Tomaron café en el patio durante horas. Yo paré la oreja porque el aburrimiento de la pandemia ya se me estaba haciendo úlceras, pero no logré escuchar mucho. Noté que pasaron el primer rato hablando quedito y en seriedad. Imaginé que se estaban compartiendo penas y dolores ¿Es lo que hace la gente vieja no? Luego se oían incontrolables las carcajadas de las tres. Me dio más curiosidad. ¡Invítenme culeras! Ya mero les decía. Pero no ha de ser fácil que les hayan arrebatado la rutina. Sentí gusto porque mi abuela por fin salió de su mala cara.

Luego empezaron a ocurrir cosas en la casa. Mi abuela siguió distante, pero activa. Se puso a clean a fondo todo. Debajo en las orillitas de la estufa. Con una escoba en cada esquina, quitó todas las telarañas. Y fumigó adentro y afuera. Yo la veía andar.

En un momento me ofrecí a ayudar, más por desquehacerado que por acomedido. Me dio dos billetes de doscientos. Para lo que te alcance: tráete cloro, un antibacterial grande, un paquete de cubrebocas y lo que veas para tener bien limpio todo.

Y ahí te voy pal súper.

Cuando regresé con todo el cargamento sanitizante y de cuidado, la mesa grande de la cocina estaba en el patio, junto a otra mesota que desconocí. ¿Qué tal? Me preguntó la vieja loca. Estaba animada y cargaba bajo el brazo unos manteles que después le puso a las mesas.

Esa noche habló conmigo seriamente y me compartió el plan que estaba elaborando con mi tía Lolona y su otra amiga. Les quitaron el casino, pero jugarían lotería en el patio. Veinte la entrada, diez cada carta, de las dos de la tarde a las ocho. Sólo los viernes.

El horario respetaba el toque de queda implementado por las autoridades. A la primera jugada llegaron como quince doñas. Traían las meras curas en el patio. "¿No se aguantan las casineras no?" Me dijo mi abuela, en una pasadita al baño. ¡La sana distancia! Le grité.

Me estaba comiendo el mitote y unos fritos azteca con chamoy desde la sala. Se veían bien felices, todas con sus cubrebocas y un par de ellas ya se estaban poniendo a la moda con las caretas. Todo bien. Una mesa la dirigía mi abuela y la otra la Lolona.

La amiga, que supe pronto que se llamaba Queta, se encargaba de los cobros una vez que las señoras pasaban al patio. De organizar, de que todas se hubieran lavado bien las manos. No podía gritar muy alto, pero hasta la sala oía: ¡Chorro! ¡Cuatroesquinas! ¡Buenas!

No le vayas a decir a tu mamá. Me dijo la vieja loca, una noche que me acababa de acostar para dormir. Mientras me lo decía me metió entre las manos un billetón de quinientos. De la forma que sólo las abuelas y los dealers saben. Estoy seguro que esta vez fue un soborno.

Los siguientes viernes las señoras aumentaron. Cada vez más adictas al juego caían al patio. Parecía la casa del abuelo. Pero sin aburrimiento, ni asegura. Apostaban, fumaban y se cagaban de risa. El número se mantuvo entre diez y veinte.

No necesito ser policía para saber que mi abuela estaba emprendiendo un negocio ilegal. Para entonces la vieja loca ya estaba llena de poder. Era una especie de Big Bob Pataki de la lotería. Fue por esos días cuando me hizo la propuesta.

Me dijo que las jugadas ahora están tres días a la semana. Que ya estaban organizadas. Y que era uno, por el bien de nosotros y dos, por el bien de las jugadoras. Las jugadas se harían, lunes, miércoles y viernes. Y ahí es donde entraba yo.

Primero me volvió a pedir que no le dijera nada a mi mamá. Y de adentro del brasier sacó un pacón de billetes de quinientos, doblados a la mitad y sujetados con una liga. Me dio seis de esos y dijo: compra sodas, galletas, cigarros, café, ve al mayoreo. Se te acabó el desempleo.

Ya estuvo bueno que estés de huevón. A ver si ya vas levantando el culo del sillón y ayudas en algo.

WTF ¡La vieja loca me estaba comprando! Bueno, me estaba dando trabajo en su negocio ilícito también. Le dije que simón.

Con la feria que me dio la doña me tendí a la tiendona. Me hice de unas charolas de coca colas. Regulares y ligeros. Agarré también de esos variaditos de la Gamesa. Pekepakes se llaman. Traen de varias: Chokis, Emperador, Arcoiris, Mamuts.

En la dulcería merqué unos paquetes de benson dorados y unos mentolados made in Indonesia. Esos los iba a vender sueltos. Además, un frasco grande de Nescafé Dolca, que es del que toma la Gilbertona. Con su coffee mate y toda la cosa. Y llevé vasitos, servilletas y cucharitas

Todo lo desechable lo armé en una tienda ecológica. Porque muy ilegal el negocio de mi abuelita, pero bien comprometido con el medio ambiente. El primer lunes abrí mi chumilco. Y en corto pasé con una charola a ofrecer la variedad.

Las galletas se acabaron en chinga y me partí en dos para servir los cafés. ¿Por qué cada gente tiene su estilo distinto? Que una cucharada desto, dos cucharadas delotro, una pizca de aquello. Primero el polvo y luego el agua o viceversa.

Me estaba volviendo loco pero agarré el ritmo. Los ojos de mi abuela me miraban con aprobación mientras hacía la faena. Ella daba las cartas y luego jugaba. Yo levantaba pedidos y servía cocas y cafés. Los dos estábamos manejando dinero. ¿Soy cómplice? Me preguntaba.

Con la ganancia invertí para la siguiente jugada. Por sugerencia de algunas señoras, llevé también sodas de sabor y papas con chile. Pensé en hacerlas en el microondas pero me iba a quemar las pinchis manos. Así que compré en la dulcería un bolsón de adobadas y las reempaqué.

Había aprendido en TikTok los beneficios de reempacar. Y estaba a punto de entrarle a invertir desde mi teléfono cuando la vieja loca me puso en las manos la idea de venderles bebidas y snacks a sus clandestinas amigas. Todo iba bien. Me divertía estar en el negocio de la abuela.

Los problemas siempre fueron menores. Alegatas porque La Chalupa no había salido, pero si había salido y por el estilo. Una vez una doña gritó ¡Buenas con el bandolón! y no se dio cuenta que le faltaba El Cotorro.

Pero como ya había gritado, varias voltearon sus cartas y quisiera que hubieran visto el escándalo. Nada que la Queta no pudiera solucionar. Yo me aventaba toda la película desde mi puestecito. Sirviendo cafés y cigarros sueltos me estaba echando monedas a la bolsa.

Otra bronca común era que las viejitas se meaban a diestra y siniestra. Algunas causas era que no querían dejar la carta sola. Pero la mayoría era cuando se carcajeaban. Entre risa y risa se oía:

—¡Ay! me mié. 👵🏽
—Yo también. 👵🏻

Y más se reían. Nunca vi a ninguna apenarse.

No sé si también era culpable de eso con tanta soda y café que les vendía. Les estaba tomando cariño, más por la convivencia que por el dinero. Pero el secreto de mi abuela era todo un éxito. Las doñas llegaban hasta la casa inventando toda clase de pretextos a sus familias.

Cuando se estaban acomodando para empezar se reían de eso. La mayoría decía que iban a rezar por el fin de la pandemia. Viejas sinvergüenzas. Incluso mi abuela anunciaba que ya iba a empezar el rosario antes del “SE VA Y SE CORRE…”

Todos felices hasta hace unos días que el gobierno de Hermosillo decidió reabrir los casinos y otros lugares. Desde el boletín que soltó el ayuntamiento, en el patio sólo era la Queta, la Lolona y mi abuelita. Hasta nunca a las viciosas y mionas. Se acabó el imperio.

Mi abuela es ludópata. Mañana estará en primera fila para abrazar una máquina tragamonedas. Yo, de nuevo volveré a poner mi culo desempleado, en el sillón de la sala de mi vieja loca. Esperaré valiente, a que calme la muerte en el corazón del mundo. ¡Centrito!

Publicación original:

https://twitter.com/Heribertu/status/1302360014716391426?s=20

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