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Café

Jun 06, 2021

Café. Esa es mi respuesta cuando preguntan que qué tal mis vacaciones.
Café. Solo eso. Dos cortados por semana. Y dos cortados diarios en los últimos siete días. Un cortado por la mañana  y otro por la tarde. A veces una medialuna. Deambular entre los cinco bares que hay cerca de casa buscado café. Mirar el teléfono cada diez minutos. Café y sorbitos de soda entre medio. De leer, ni hablar. De interactuar, menos. Como mucho levantar la vista y encontrarme con alguien que pasa o  los ojos de alguien que  mira.
Café. El gran lujo de quinientos pesos quemados en siete días de cortados “en jarrito”. Y luego de eso volver a la casa fría, desordenada, sucia y sola. El piso regado de zapatos y zapatillas. Botellitas de agua por todos los rincones. Libros a medias. Papeles. La gata reclamando alimento. Ya no quiere  atún, ni quiere mis sobras: Quiere SU alimento. Pero no la escucho y salgo a gastar lo que queda en café.
El fin de semana duermo entre girones de sábanas que no cambio, frazadas y colchas que, de algún mágico modo, se enredan en mi brazo y destapan mis pies.  Duermo hasta que algo me despierta, el dolor de cabeza o una bocina o mi gata y su hambre eterno. La cama es un campo minado, hay ropa limpia y sucia, y pelos, y migas y manchas de vaya a saber qué. Todo junto y revuelto . Preparo café instantáneo, el frasco casi vacío. Un huevo, que hace semanas  espera en la heladera, por fin es hervido y comido. Me pregunto si no me hará mal. Los restos del huevo van a parar al plato de una gata hambrienta que se acerca, huele y rechaza. Para, luego, volver a su reclamo (aún no escuchado) de comida. Prendo la tele, busco mi manta y me sumerjo en un sillón. Miro una serie completa, “The sinner”. Me chupo  ocho horas de “The sinner”.  Porque “The sinner” me atrapa. Y por eso es que  veo “The sinner” ... hasta acabar. Porque no tengo nada mejor que hacer que ver  The fucking sinner . Y duermo. Otra vez. Duermo tanto que, cuando me levanto, no sé si es el día o la noche. Y creo que son las ocho de la mañana, pero al mirar el reloj descubro que son las seis  y pico de la tarde del día anterior. El tiempo no pasa. Ya quiero que sea domingo para tener la excusa.
Vuelvo al sillón. La casa huele mal. Debería limpiar…Cambiar las sábanas, ir al lavadero, bañarme. Ventilar. Como no se por dónde empezar enciendo la tele otra vez. Me hago un café, ahora sí : El último del frasco. Veo dos películas al hilo. La segunda es de los años sesenta, es italiana y no sé si soy yo, pero es incomprensible… absurda. Como yo, ahí.  Muerta en vida, mirando el teléfono, cada cinco minutos. Revisando aplicaciones de citas, alimentando ilusiones de alguien que no existe. Lamentándome porque los únicos tipos que me escriben son, precisamente, los que no me interesan.  Qué perdida de tiempo. Ahora miro el teléfono cada dos minutos. ¡Mierda! no lo puedo evitar. Es enfermizo.
Tengo hambre. Destrozo una planta de albahaca , que tengo en la ventana, para hacer un pesto y aromatizar un puñado de pasta. Es lo único que queda para cenar. Pasta con pesto con una planta de albahaca que acabo de asesinar. Mi gata merodeando el plato de pasta humeante. Claramente no comerá. No come pasta. Solo quiere su alimento, el que es para gatos. Le prometo que el lunes resolvemos el problema.
Inicio una tercera  película, miro diez Minutos. Pero mi atención ya  está en otro lado. Es como si mi cuerpo estuviese ahí mientras mi mente… No sé dónde carajo  estoy.  Es tarde. Siento que saldría. Que me pondría bonita, me calzaría esos tacos que me hacen doler la existencia completa, pero ¡que me quedan tan lindos…! Y saldría. A bailar. Sí,  saldría a ese lugar donde los tipos cincuentones son los más jóvenes y pasan música de los setenta. Soy libre de hacerlo. Digo, de sacar el auto y salir.. . Así, hermosa y con la boca toda roja. Sí, la boca roja que huele a ajo  de pesto y a vino, a pesar del cepillo de dientes y el enjuague bucal (tres veces). No. No. No iré. No saldré. Pero sí. Son las tres de la mañana, me calzo un joggin y salgo a caminar. No puedo dormir. Quiero café. Y estoy con pretenciones, quiero que sea expreso. A pesar de entender que es una pésima  hora para encontrarlo me dejo llevar, ya estoy demasiado neurotizada como para evitarme. Las hojas secas delatan mi andar en la oscuridad. Termino en una estación de servicio de mierda. Bebo un café de filtro de mierda, servido en un vaso de papel de mierda. Vuelvo a casa, frustrada y con frío. Duermo en la cama tomada por la mugre y la desidia. Duermo porque el sueño me vence, no porque quiera dormir.
Ya es domingo. Son las nueve. La gata llora pidiendo comida. Me baño. Me peino. Me visto. Me visto bonita. Me pinto la boca. Salgo. Y sí, ya es hora de otro café.-

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