Una huella en mi memoria trae flashes de luces tenues, diálogos difusos y sensaciones atronadoras con un hombre.
Una serie de manifestaciones físicas diferentes, siempre puestas en un mismo escenario. El flaco Spinetta confirmando, desde la muerte, que su carne ya no es nada mientras la suya penetrando la mía, garabateando el placer en un espiral inacabable.
El humo de su cigarrillo, entre caramelos mentolados (casi) transparentes, como de aire. La conversación de lado a lado, separados por una cama.
Un sitio de poder en el piso. La cama como distancia. Y una voz en OFF , que me viene como de metal y tabaco, áspera en las formas y apurada en las pausas, casi inaudible, repitiéndome (o repitiéndose) que su yo malo se ha desvanecido mientras identifico mi voz, riéndose burlona.
Me pregunto si , acaso, todo éso fue un sueño. No hay vestigios de éstas acciones, ni hay señales de que él sea real.
Pero pasa el tiempo y la imagen, si onírica, no se destiñe ni pierde los detalles.
Entonces pienso que debe ser. Pienso que él debe existir. Que debe estar oculto, detrás de una cortina espectral.
Debe ser…Debe estar. Porque a pesar de no tener un solo rastro, la sensación de haber sentido su boca es tan vívida que casi podría describir su sabor. Porque creo haber escuchado su deseo arrebatado por el mío, porque estoy casi segura de haber visto sus manos temblar, de haberle visto venir o alejarse de mí;
Porque hay aromas que, de pronto, me rodean y lo disparan en mi mente, como si tuviese incrustado algún registro primitivo de su olor.
Y porque tengo dudas, pero me parece haberlo percibido entre capas de incongruencia. Y, a pesar de ello, creo haberlo sentido atravesarme, con la intensidad un vendaval. Dejando un alboroto en mi pelo, mi piel y mi pecho, también.
Y fui a la deriva, con este desconcierto a cuestas hasta que, por fin, lo vi. Un abominable invento de la industria de la golosina. El mayor insulto a la infancia, de sabor dentífrico con excusa de frescura .
Un caramelo Menta Cristal dormía, desapercibido, en mi mesa de luz desde hacía semanas. Un caramelo de menta transparente, la prueba inequívoca de lo real.
Me dijo: “Escríbame”. No lo imaginé. Él insistió: “Escríbame” . Y así lo hice. Me permití ser Young and foolish como Bill, sonando bajito, una madrugada imprecisa de frío en que el timbre sonó y me encontré con un hombre.
Una huella en mi memoria, a veces, trae flashes de luces tenues, diálogos difusos y sensaciones atronadoras de esas noches.-