NORIKO NO PUEDE SALIR DE CASA. Capítulo ...

NORIKO NO PUEDE SALIR DE CASA. Capítulo uno: La fortaleza de las montañas

Jan 30, 2022

De pelo liso y negro como el ónice, cortito, pero no demasiado, Noriko correteaba de un lado a otro por el salón. Su dulce sonrisa, tan inocente como los cinco añitos que tenía, era tan contagiosa, que su madre no podía evitar sonreír también al verla.

--Vamos Noriko –decía su madre sentada a la mesa--. A comer…

--No quiero –respondió la pequeña riéndose mientras seguía corriendo sin causa alguna por su lujosa casa.

Con la intención de que su madre la persiguiera, Noriko se quedó al fondo de uno de los pasillos. En su mente infantil iba a ser el mejor de los juegos, pero no fue así. Es el recuerdo más dulce y a la vez más terrorífico que tiene de su progenitora.

Al querer seguirla el juego, la madre de Noriko, con una gran melena larga, tan negra y lisa como su pelo, se levantó de la mesa sonriente con su sedoso y ajustado vestido de color crema, de espaldas a un gran ventanal que daba a la gran ciudad. Pero al hacerlo, algo explotó, triturándola antes de que pudiera dar un solo paso, y proyectando sus pedacitos hacia el pasillo donde estaba la inocente Noriko, manchándola por completo de sangre.

--¡¡Papá!!... ¡¡Papá!!... –Gritaba una Noriko adolescente, jadeando por no poder respirar y empapada en sudor mientras se despertaba de su pesadilla recurrente.

En apenas un instante, las luces de la habitación se encendieron, y las persianas subieron automáticamente dejando que la luz del sol invadiera la estancia. Noriko miró a su alrededor y se asomó por la ventana, que se abrió sola frente a su proximidad dejando correr la gélida brisa de un paisaje montañoso, más blanco que las nubes.

--¿Otra pesadilla? –Dijo una voz de mujer que parecía provenir de todas partes sorprendiendo a la adolescente.

--Si –Dijo secamente Noriko mientras se secaba el sudor y las lágrimas.

--Fuera hace menos ocho grados según mis sensores –Continuó hablando la voz--. Por favor Noriko, no te expongas demasiado tiempo al frío si no quieres enfermar.

--Ya lo sé –Dijo la chica con cara de profunda tristeza mientras se adentraba en su cuarto de baño mientras que la ventana se cerró sola tras de sí.

Cuando Noriko estaba peinando su larga melena, esa voz de mujer volvió a interrumpirla.

--Me aventuraría a decir que tu estado anímico es muy bajo.

--¡Cállate! –respondió la joven enérgicamente – No eres mi madre.

--Eso es correcto Noriko –Respondió la voz de mujer--. No lo soy. Estoy aquí para ayudarte.

--Si quieres ayudarme dime cuando va a volver mi padre.

--Tu padre llegará hoy por la tarde, Noriko. Te recuerdo que las clases comenzarán en unos minutos.

--Ya lo sé –Concluyó la joven--.

Noriko bajó las escaleras de esa lujosa casa de las montañas. Su padre había salido hace dos días, y todavía no había vuelto. La inteligencia artificial que gobernaba la casa en ausencia de su progenitor la ponía muy nerviosa, pero no era momento de pensar en ello.

Vestida con un uniforme escolar, de un corte tradicional, la joven avanzaba por la mansión mientras las puertas se abrían solas según caminaba, y se cerraban a su paso. A lo lejos, en algunas salas y habitaciones, pequeños robots se encargaban de las tareas del hogar, pero no llamaban la atención de Noriko puesto que había crecido con ellas.

En apenas unos minutos, entró en una gran biblioteca con un pupitre escolar en el centro, donde se acomodó y sacó sus apuntes justo antes de que una gran pantalla se encendiera enfrente de ella. La imagen mostraba a una mujer mayor que parecía repasar sus notas, y unos segundos después, otras pequeñas imágenes comenzaron a invadir los bordes de la escena. Eran adolescentes de la edad de Noriko, cada uno en su respectiva biblioteca, equipados con uniformes como el suyo.

--Buenos días – Dijo dulcemente la señora mayor. --¿Ya estáis todos?

--¡Siiiii! –Dijeron al unísono todos los alumnos, incluyendo a Noriko.

--Entonces la clase puede comenzar.

Noriko y el resto de los alumnos se portaron del mismo modo que se haría en un aula tradicional, salvo por el detalle que todos sus compañeros estudiaban desde casa, como lo hacía ella.

Después de varias materias con sus respectivos profesores, la clase terminó como hacía de lunes a viernes, dando paso a la hora de comer. La voz de mujer en off volvió a dirigirse a la joven, que se había quedado sentada en el pupitre.

--Noriko. Es hora de comer, por favor, dirígete a la cocina antes de que se enfríe el plato de hoy… Noriko –La joven no contestaba, solo miraba a la gran pantalla que recientemente se acababa de apagar.

--No quiero comer –contestó por fin la joven--. No me gusta tu comida. Quiero comer con papá.

--Sabes que no es posible. Por favor Noriko, no desperdiciemos comida, es escasa.

Noriko se puso a repasar mentalmente su historia personal, sentada en ese desgastado pupitre de escuela. La joven quería recordar a su madre, y a la vez quería olvidarla por el hecho de haberla visto morir de ese modo. La chica recordaba como la sangre de su madre la roció tan rápido que no le dio tiempo ni a parpadear, tiñendo de rojo su visión porque el fluido vital se había difuminado en sus ojos. Los recuerdos que tenía de lo que pasó a continuación parecían una película.

Noriko recordaba como era sacada de los escombros por su padre, que también estaba ensangrentado y malherido. La joven no llegó a saber nunca cuánto tiempo estuvo durmiendo, pero lo siguiente en aquel macabro film era despertarse en su habitación de la casa actual. Lloró mucho por su madre, pero por más lágrimas que corrieran por sus mejillas comprendió que había muerto, y que sus llantos no la iban a traer de vuelta. El tiempo pasó, y Noriko se fue haciendo mayor. Antonio Pizarro, su padre, la fue acompañando según crecía.

Las tripas de la joven, que aún estaba recordando sentada en el pupitre, rugieron subyugadas por los instintos naturales. Tenía hambre. Después de un largo suspiro, Noriko se levantó para dirigirse a la cocina, donde la esperaba en una pequeña mesa de utillaje un plato humeante de una sopa espesa y blancuzca. Al verla, la joven puso cara de asco.

--¿Otra vez sopa de proteínas? –Preguntó Noriko totalmente desilusionada.

--Lo siento, tu padre está tardando en venir más de lo esperado. La comida escasea. Si te lo comes todo, puedo prepararte un postre muy dulce.

La joven cambió su expresión de asco a resignación, y resignada se sentó en aquel rincón de la cocina para meter la cuchara repetidas veces en aquel caldo viscoso antes de metérsela cargada en la boca.

Aquel sabor insípido y espeso al paladar estaba empezando a cansarla. Desde hacía dos años la comían con mucha frecuencia, dejando las latas de conserva para ocasiones especiales. Noriko comenzó a recordar más cosas de su infancia, su mente quería abstraerse del mal rato que le suponía ingerir esa asquerosa papilla.

Después de haber asumido la muerte de su madre, Noriko se dio cuenta que la casa estaba apartada de la gran ciudad, y que por eso ya no hacían cosas como salir al parque, ir a las tiendas o a la guardería, donde había más niños como ella. Cuando cumplió diez años, su salud mental comenzó a deteriorarse, lo que llevó a su padre a contarle su situación actual. Fuera de esa casa, el mundo que conocía se había ido al traste, casi todas las personas del planeta habían muero, y las que quedaban se habían convertido en personas malas. Todas menos las que habían conseguido llegar a tiempo a los enclaves ocultos de CiborgDame, empresa donde trabajaban sus progenitores.

Los enclaves no eran más que fortalezas ocultas en diferentes partes del mundo e interconectadas entre sí para ser ocupadas en caso de emergencia global. El padre de Noriko pudo alcanzar una de las fortalezas, gobernada por una inteligencia artificial llamada Apsu. No podían salir de allí, morirían sin remedio. Solo les quedaba el consuelo que había otras personas como ellos en diferentes enclaves. Sus compañeros de clase y maestros residían en algunos de ellos.

Con los años, la comida del enclave comenzó a escasear, la cadena de suministros automatizada nunca funcionó bien a raíz de la catástrofe. El clima gélido impedía la agricultura dentro del perímetro exterior de seguridad, al cual solo tenía acceso su padre. Al ver que con el tiempo podían quedarse desprovistos, Antonio comenzó a realizar incursiones de caza, dejando a Noriko bajo el cuidado de Apsu, la cual velaba por su buen estado de salud.

Sin darse cuenta, la joven se terminó el plato, y acto seguido un gran brazo robótico muy estético bajó del techo portando una copa para postres de cristal. El mismo brazo robótico la rellenó de una crema blanca como la nieve y ligera. Era nata montada. Al terminar el relleno en punta, tal cual se hacía con los helados clásicos, el brazo colocó en la cima una almendra tostada.

--¿Sólo una almendra? – Dijo Noriko indignada.

--Si –respondió Apsu--. Tenemos que racionar.

La joven dejó la almendra para el final. Cuando la estaba degustando, una alarma a modo de aviso se escuchó de lejos. El sonido indicaba que las puertas principales de la mansión oculta en las montañas se estaban abriendo.

Noriko corrió despavorida hacia el hall principal, para ver como una figura alta y fornida se iba configurando en una ventisca de nieve. En apenas unos segundos identificó a un hombre portando dos bultos, vestido con equipamiento táctico para las nieves. En cuanto aquella figura cruzó el umbral, las puertas se cerraron herméticamente tras de sí.

--¡¡Papá!!-gritó eufóricamente Noriko mientras corría hacia él.

Antonio, al ver que su hija se estaba aproximando, soltó un yack congelado de pequeño tamaño al suelo y se arrodilló del dolor mientras se aferraba ferozmente al segundo bulto, envuelto en un saco. Noriko se detuvo súbitamente. Preocupada, le preguntó:

--¿Estás bien papá?

--Si hija –respondió pesadamente Antonio mientras se sujetaba un costado y mantenía extendido el otro hacia su hija para que no se acercase.

--Pareces herido… --Dijo la joven mientras su subconsciente la obligaba a dar pequeños y tímidos pasos hacia él.

--Quieta Noriko, estoy bien. Descontaminación… –Respondió Antonio doloridamente mientras se quitaba el gorro, bufanda y gafas protectoras.

Acto seguido, unos brazos robóticos descendieron del techo y rociaron todo aquello que acababa de venir del exterior. El gas a presión que emanaban era tan potente que doblegó la cobertura del segundo bulto, dejando adivinar parte de su contenido con la forma. Noriko, que estaba mirando atentamente, distinguió perfectamente a través de la forma imprimada en la tela una mano humana.

--Papá… --Dijo Noriko asustada-- ¿Pero qué has traído en la bolsa?

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