De Príapo y Prometeo

De Príapo y Prometeo

Mar 29, 2021

1

A nadie le importará saber que he tenido éxito en esta empresa, no al menos por lo que a mí respecta, pues solo soy el principio de una nueva Era de la Mediocridad. Qué locuras no comete el hombre por su ego, siendo su ego la más vulnerable y expuesta de sus debilidades cuando se enfrenta a una mujer.

La naturaleza había sido desafiada antes, pero esta nueva técnica llevará al romanticismo a una nueva definición. Me llamaban Ralphie y no he sido afortunado en nada en toda mi vida. Estaba pasando una racha horrible cuando vi el anuncio de la clínica. Y ahí estaba: la respuesta a todos mis problemas. Cuando aquel médico me propuso ser la cobaya de una nueva técnica quirúrgica para agrandar el pene, a cambio de dinero y silencio, me llevó un rato pensarlo. Estaba en la calle al borde de a inanición, sin dinero, sin amigos, sin amor, pensaba en suicidarme, y, sin embargo, temía por mi pene. Hasta ese punto era importante el pene de un hombre.

Lo pensé fríamente. De todos modos, si no funcionaba siempre podía volver al plan del suicidio, pero… ¿Y si funcionaba? Era un buen montón de pasta. Me sacaría de la calle, quizás para siempre, si sabía jugar mis cartas. Acepté.

 

Una noche tormentosa desperté de la sedación con una tremenda erección y un maletín con 200.000 dólares. Estaba vivo ¡Vivo! Y me levanté tambaleándome para comprobar que el dinero estaba allí.

-          No debería levantarse Mr. North

Me di la vuelta de inmediato. La enfermera abrió los ojos como platos y dio un respingo. Lo supe instantáneamente. Era más poderoso ahora que cualquier millonario de Silicon Valley.

 

-          Llámame Ralph guapa – y me volví a sentar en la cama, haciendo como que no notaba aquel nerviosismo, aquella pulsión incontrolable de mirar en la dirección de mi pene contra la que la chica trataba de luchar.

Sonreí tímidamente. Había sido víctima de aquella sensación desde que entré en la pubertad y empecé a mirar chicas. Hacía que sintiera una intolerable y constante pérdida de control. Había conseguido domarla, más bien esconderla un poco, con los años. Era agradable ser por primera vez el que la causaba, sobre todo a alguien que pocas veces la habría sentido.

 

2

Apreciada Carolina, criatura caprichosa y fascinante, has de saber cuando leas esto de que estoy convencido que a esta relación solo aporté mi pene. El dinero, después de una vida en la calle, lo escondí. Aún lo escondo. Leía libros antes, tenía un trabajo digno, tenía porvenir. Se truncó todo. Pero ya era invisible para las mujeres como tú entonces. Todo el relato que has construido sobre mí solo es una costra de oro y diamantes para adornar este falo. Para hacerlo digno de una sociedad que finge venerar la personalidad por el día y adora el físico por las noches.

Ahora era Ralph, anteriormente conocido como Ralphie, y había pegado el estirón. Medía un metro setenta desde los 15, pero eso había sido irrelevante. No había empezado a comprender la magnitud del cambio hasta que traté de ponerme los pantalones para salir por primera vez de la clínica. No pensé en ello antes de entrar. ¿Quién lo hubiera pensado? Ni el tiro ni la entrepierna de un pantalón normal están pensados para esto. Los míos eran unos ceñidos tejanos con aislante para el frío. Era lo que necesitaba antes de entrar en la clínica. Ahora no sabía cómo manejar el asunto.

Probé de la forma normal, pero la línea de tiro simplemente no daba de sí. Si seguía intentándolo tendrían que amputar por gangrena. Luego probé sacándolo como una pistola, por encima del cinturón. El problema que vi venir es que un movimiento en falso con la hebilla me provocaría un tremendo dolor en una zona muy sensible. Resolví dejándome la bragueta y el botón sin abrochar, solo sujeto por la hebilla, mientras dejaba todo aquello descansar hacia un lado tapado por la tela del bolsillo del pantalón.

Tras tres semanas hospitalizado, dos de las cuales, sedado, estuve listo para salir.

El bulto era evidente. Comprarse unos pantalones deportivos holgados se había convertido en una situación de emergencia ineludible. Aquella enfermera me había sonreído al despedirse y había tratado de tener conversación conmigo, pero yo solo podía pensar en aquella presión, en la vergüenza y en la agonía de cada paso. Solo alcancé a preguntarle por la tienda de ropa deportiva más cercana. Ella me lo indicó, un poco decepcionada por el corte que le estaba dando mientras me entregaba la documentación. Me despedí y me fui con mis andares raros…

3

La anécdota de la tienda no fue tan relevante, tan importante para los primeros pasos de esta nueva criatura recién nacida, fruto de la rebelión de los hombres contra su destino, como la situación que viví a continuación. Son situaciones como la que voy a describir las que me deprimen tanto, las que me han llevado a tomar esta decisión.

Tenía hambre y dinero. Dos cosas que a menudo no habían coincidido en mis últimos tiempos. Me acuerdo de cuando pasaba frío descargando cajas de madrugada para permitirme un desayuno y algo de bebida. Era mejor que pasar frío con el estómago vacío. El abismo me había engullido, y por mi aspecto, no era capaz de conseguir algo mejor.

Me lo tomé con calma. Tres tazas de café, bacon, huevos y panecillos. Me miraban raro, parecía un rapero blanco escuálido y fuera de lugar, pero para mí esos pantalones eran la vida. El caso que terminé mi comida y fui al baño.

Hay tantas cosas en las que uno no piensa… Al sentir la fría porcelana y el agua sucia acumulada en el aseo, la sensación que me invadió fue muy desagradable. Sentí mucho asco al haber arrastrado la punta por el reposo de agua y orines de aquel aseo. Los aseos tampoco estaban pensados para tipos como el que era yo ahora. Sin me pensarlo me puse de puntillas sobre una de las picas y le di al agua. Froté para asegurarme de que no me podía infectar. Me di la vuelta para terminar lo que había empezado. Esta vez con más cuidado.

 

-          ¡Su puta madre! – Aquel tipo acababa de entrar y me vio con el miembro húmedo en la mano a medio camino del aseo.

Me puse a orinar sin decir nada. Él hizo lo propio. En un segundo me estaba dirigiendo la palabra de nuevo.

 

-          Perdona. Me está dando la risa. Creo que ya no voy a sentirme jamás un hombre de verdad.

-          No es para tanto – Dije. Pero lo dije detrás de su hombre. Había resuelto mantener algo más de distancia con el aseo para evitar accidentes con la porcelana.

-          ¡Qué cabrón! No es para tanto… - se quedó pensativo mientras se la escurría - ¿Quieres ganarte unos dólares?

Me la empecé a guardar torpemente con una mezcla de sorpresa e indignación.

-          ¡Cristo! No es nada gay amigo, dinero fácil para un tío como tú…- levantó las manos como pidiendo excusas.

Yo tenía dinero en ese momento, pero sabía lo rápido que podían cambiar las cosas. Le escuché. No tenía nada mejor que hacer y era un sacrilegio despreciar el dinero.

En veinte minutos estábamos en una obra. Levantaban un edificio nuevo y el solar estaba lleno de obreros. Aquel hombre empezó a vociferar llamando a Billy. Que alguien le trajera a ese condenado animal. Y Billy, el bueno de Billy, -le conoces bien ¿verdad? – apareció.

Un metro noventa de músculos bronceados, mandíbula poderosa y gomina. El puñetero Billy vestía el traje más caro que había tenido delante. No hace mucho hubiera comido meses con lo que valía ese traje. Era de ese tipo de personas que posaba sus definidos glúteos sobre el rosal sin espinas que florecía en su culo al final de un día de éxito y reafirmación personal. No tenía callos en las manos, no había peleado por aquel puesto de director de obras, ni siquiera le preocupaba el dinero, puesto que su familia era acomodada. Billy había nacido para ganar, y se pasaba la vida retando y apostando con todo el mundo para sentir algo. Aquel hombre le retó como nunca antes lo habían hecho: duelo de penes.

El tipo no era tonto y se mosqueó bastante. Billy sabía que había nacido con un repóker de ases entre las piernas difícil de igualar. Ni siquiera concebía que se pudiera superar, pero el reto era firme. Era el tipo que cerraba los burdeles con el dinero que les sacaba a los pobres pardillos de la obra y luego se iba a paso ligero a casa de alguna de sus novias a dormir la mona y a infestarlas con ETS. Al final picó.

Allí estaba yo. Rodeado de hombres que apostaban, gritaban o se hablaban en susurros al oído. Hasta Billy apostó. Se la sacó. Un corrillo de cincuenta hombres sudorosos estaba vitoreando el miembro de Billy y riéndose de mi patrocinador.

Luego me la saqué yo. Causé el hundimiento de la moral más grande desde la crisis del 29. A Billy se le cayeron los bonitos pantalones al suelo, petrificado.

-          Has traído una navaja a un bombardeo – me salió sin pensar.

Mi patrocinador y yo fuimos al 50% y conseguí para un par de meses de alquiler en un motel decente. Lo único que había tenido que hacer era sacármela para dar espectáculo.

Entonces Billy se me acercó.

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