Rótulo en una pared del Peine Bar. Huatabampo, Sonora, 2016.
Heriberto Duarte
La rocola es de quien le echa.
Los precios son varios, pero si son 3x10 es más que justo.
La rocola te debe sorprender hurgándola, con canciones que ya no recordabas. Como cuando la radio te acaricia con algo que no esperabas. Por eso la radio aún existe. Por eso las rocolas también.
La rocola debe tener movimiento: botones, discos adentro, tragar monedas. Si es toda digital, no es rocola, da lo mismo que un iphone.
Los humanos que dominan la rocola de algún bar, una de dos, o las dos. O están siempre seguros de lo que quieren. O van mucho a ese lugar.
Cuando alguien se tome el gesto de regalarte una canción de la rocola, acepta, siempre acepta. Dile cualquier canción que disfrutes. Estarás recibiendo un regalo envuelto en papel de compartir.
Regala siempre que puedas una canción a alguien, de tus tres o de tus dos. Estarás entregando un regalo envuelto en papel de compartir.
Las rocolas tienen magia. Y está en quien las escucha, sorprendido por el que las pone.
Sé generoso. Pon una del gusto de todos, una que te lleve a la adolescencia y una que te recuerde de donde vienes. Sin cursilería.
Sé un egoísta. Pon la misma tres veces, pon canciones que nadie conozca, pon una que todos odien.
No te emociones con las monedas. Si bien, cuando le echas es tuya, hay más gente queriendo oír canciones.
De ser necesario, enójate si no te gusta lo que pusieron, pero en silencio.
De ser necesario, alégrate si te gusta lo que pusieron y haz que se note.
La rocola genera cofradías de personas solas, las canciones son apretones de mano. Son cerveza compartida. Son la fiesta de los callados. Murmullo y cadereo de los que acuden acompañados.
No te enamores de una persona por sus gustos musicales. En los silencios, que son tan necesarios e indiscretos, la música se escapa. La rocola se escapa. El amor se escapa, con sus gustos musicales.
Suena mejor cuando entran las monedas que cuando suena la primera canción. Dejarás una que de verdad te guste hasta el final y la escucharás desde tu silla, a gusto.
Cuando alguien renta una rocola para una fiesta y solicita un micrófono, la rocola se convierte en una esclava, al servicio de los gustos más caprichosos y grotescos.
La rocola tiene vida propia, se traba para que no suene esa canción que ni querías. Sabe dejarte en vergüenza. Tiene memoria. No la maltrates.