Vida con Propósito

Vida con Propósito

Apr 15, 2021

Te has preguntado alguna vez ¿qué es tener una vida con propósito?, y ¿cómo puedes llegar a lograrlo?. Yo tuve la dicha de tener a mi lado a alguien que me enseño desde niño que significa eso. Esta es la persona que más impactó mi vida.

Tú tienes alguien así en tu vida?, si es así, seguramente sabes qué cualidades la diferencian rotundamente de otras personas, una de esas puede ser que te inspira y te hace desear ser mejor persona cada día, ¿no es así?

Es posible que nunca jamás hayas visto a nadie igual, ni siquiera otras personas que forman parte de tu universo personal se le comparan, mucho menos otras gentes, que por una u otra razón llegan a tu vida o pasan orbitándote de lejos, e igual cualquier día se van.

 La persona que más impactó mi vida es con mucho una de las personas más maravillosas que ha pisado este planeta, nació en un ambiente de extrema dureza y escasez, pero nunca se consideró pobre, luchó desde tan joven que hubiera sido envidia sana de héroes mitológicos y creció con tantos deseos de aprender, que iluminó a generaciones con el vivo encanto del placer de conocer.

 Muchas veces he escuchado la frase más que trillada tal o cual “se hizo a sí mismo” y me parecen en muchos casos insulsas las razones por las cuales se incluye en lista a  personas que, si bien es cierto son merecedoras de respeto, no pueden equiparse a otras que han enfrentado la adversidad de nacimiento.

Debido a que me niego a aceptar que pueda compararse lo dispar y a lisonjear virtudes fiadas, donde no cabe más que un parabién, quise escribir la historia de cómo mi astro personal se hizo a sí mismo, sin requerir luz prestada, teniendo claro desde muy temprana edad cual era el propósito de su vida.

 Hablando un día con mi padre me di cuenta que ya a sus 70´s él estaba registrado civilmente bajo el nombre de Ramón Enrique Díaz, debido a que durante la cedulación de 1995 no habían encontrado registros suyos que avalaran su identificación.

 Realmente no sé a ciencia cierta si mis abuelos erraron al concederle nombre, el caso es que él decidió llamarse Ramón Chow Díaz, y escogió como fecha de nacimiento el 10 de junio de 1928; aparentemente nada en especial lo unía a ese día, tanto más que a la ciudad de Puerto Cabezas, en la Región Autónoma del Atlántico Norte, de Nicaragua.

La falta de datos suyos pudo deberse a un incendio de la Alcaldía Municipal, donde se “resguardaban” los archivos del registro público de las personas, por los años 30 del siglo pasado, eran tan comunes en la época, por la falta de bomberos y abundancia de mercaderes de telas, que a falta de recursos convertían en piras sus negocios, para embolsarse los seguros.

Lo más probable, sin embargo, es que al quedar huérfano de padre y madre, sin haber cumplido 6 abriles, no hubo tiempo suficiente para disponerse a recorrer a pie las decenas de leguas que separan Alamikamba de Puerto Cabezas, sólo para anunciar un nacimiento.

Cuenta mi padre que el breve tiempo que pudo compartir con mis abuelos quizás fue con mucho el más feliz de su vida, en el que  aprendió las tres cosas más importantes que luego él me transmitió: protege y ama mucho a tus hijos, aprende algo nuevo cada día de tu vida, predica con el ejemplo.  

Mi abuelo murió antes que mi abuela; el día del entierro de mi abuela, en la puerta del panteón hubo una especie de asamblea, eran los vecinos que decidían quien se iba a quedar con cada uno de los 8 huérfanos de los difuntos, se debatía la cosa entre los que tenían más recursos y los que tenían más necesidad de mano de obra. Mi padre quedó como opción de la segunda puja.

Y a partir de ese momento cumpliría la sentencia de ganarse el pan de cada día con el fruto de su trabajo. Su alojamiento fue un camarote dentro de una bodega de alimentos forrado con papel periódico de “La Estrella de Nicaragua”, donde se refugiaba exhausto por las noches, para escudriñar al brillo de un candil los extraños símbolos que acompañaban gráficas de otros mundos.

Poco a poco aprendió a leer y a escribir, a hacer números. Durante este temprano proceso entiende el poder inmenso de la educación y se imagina a sí mismo compartiendo ese poder con los demás. Ya entrado en sus 20´s y no quedando un libro por devorar en el pueblo, decide trasladarse hacia Managua. Sin un centavo acometió el trayecto como una peregrinación de toda la vida, idealizando la meta más como comienzo que como fin.

Al llegar a Managua mi padre tenía claro que tendría que buscar inmediatamente cómo sobrevivir, no teniendo más herramienta que su intelecto. Durante muchos años había cultivado admiración por la unión centroamericana y por su principal promotor Don Salvador Mendieta.

Preguntando y, por virtud de pueblo chico, llegó hasta la casa del prohombre, con afán de saludarle y exponerle su apoyo al centro americanismo, a lo que Don Salvador contestó ¿Ya almorzó Usted?.

Habiéndose alojado por una noche en casa de Don Salvador tuvo oportunidad de recibir sabios consejos y al día siguiente conocer y recibir el apoyo de otro grande de la historia de nuestro país,  Don Salomón Ibarra Mayorga, autor del Himno Nacional de Nicaragua, quién lo ayuda a completar sus estudios secundarios, y a colocarse en el incipiente Ministerio de Salud, siendo su primera ocupación formal la de fumigador del Sistema Nacional de Erradicación de la Malaria.

Luego de hacer sus primeras prácticas en varia escuelas privadas para señoritas de la vieja Managua, en 1950, de buscar incansablemente trabajo como docente en varios colegios, mi padre es entrevistado por Don Guillermo Rothschuh Tablada y obtiene el puesto de Profesor de Historia y Español, del Instituto Nacional Central Ramírez Goyena, en ese momento uno de los mejores institutos de secundaria de Centroamérica.

En el “Ramírez Goyena”, mi padre floreció como el sacuanjoche, que es bendito todo en año, su energía desbordante, su don de gentes, pasión, perspicacia y sobre todo sus proyectos lo hacen destacarse entre muchos; a través del tiempo demuestra diversas aptitudes, que no tenían relación directa con titulaciones, sino con un alma libre y autodidacta.

Siendo así, guía a sus estudiantes para fundar la Cruz Roja de la Juventud, el Movimiento de Boy scouts y de Muchachas Guías; coordina y asesora a los estudiantes a cargo del periódico mimeografiado Diriangén y luego del periódico impreso “Ramírez Goyena”, que a pesar de ser un órgano de información institucional llega a tener repercusión en los medios nacionales de comunicación. 

Siempre, una de las preocupaciones de mi padre fue cómo asegurar la transferencia de la historia a las nuevas generaciones y la difusión de la cultura nacional, en un ambiente en el que más bien se fomentaba la desinformación, la transculturización y el olvido.

Debido a esto se encargó siempre de dotar sus estudiantes de herramientas para el pensamiento crítico y el auto-conocimiento, que son novedosas hoy en día si se practican en algún colegio, vinculadas a alguna materia de estudio. De esta forma incluyó la danza, la música, el teatro y el deporte como parte de un esfuerzo pedagógico holístico centrado en el estudiante.

Hoy día, exalumnos suyos con los que hablo, todavía recuerdan esas facetas que hicieron único a mi padre, como un diamante tuvo la talla, el peso, la pureza y el color que se necesitaba, en el lugar y el momento justo.

En 1956, se da un momento crucial en la vida institucional del Goyena, del que mi padre es promotor. Él coordina uno de los grupos de estudiantes y maestros que rescatan la historia nacional de Nicaragua, escenificando la Batalla de San Jacinto, en su primer centenario.

Cabe hacer recordar que en ese momento no solo era desconocida la historia de esa batalla, sino que el esfuerzo oficial estaba destinado a ocultarla, casi infantilmente. Durante meses de preparación y recolección de fondos, prácticas teatrales y visitas al terreno, los estudiantes, dirigidos por mi padre y otros docentes más, concluyeron la rehabilitación de la Hacienda San Jacinto, antes del 14 de Septiembre de ese año.

Dicha rehabilitación incluyó la colocación, en la entrada principal, de la estatua del héroe nacional Andrés Castro, diseñada y esculpida por la artista plástica danesa, nacionalizada nicaragüense, Edith Gron, cuyo arte se encuentra sin la atención y el cuido que se merece, a lo largo de nuestro territorio nacional.

14 y 15 de septiembre del 56, los estudiantes escenificaron la “batalla” de San Jacinto, que realmente fue una escaramuza, a nivel militar, pero a nivel moral marcó un punto álgido de la unión centroamericana y el fin de la ocupación filibustera en la región.

La figura de Andrés Castro, que al quedar sin municiones en su fusil, derriba de una pedrada en la cabeza a un invasor, definió a partir de esa jornada y se fijó en el imaginario colectivo de los nicaragüenses como el prototipo del soldado defensor de la soberanía nacional y en general representó el valor, humildad, sencillez y determinación de un pueblo con ansias de libertad y justicia.

Realmente no en balde la dictadura del General Anastasio Somoza e hijos, parientes, amigos y compinches, no querían que nada de esto se supiera. Más tarde entre 1957-1961 se comienza a gestar la resistencia armada a la dictadura somocista, con una participación destacada de ex-alumnos del Ramírez Goyena.

Mi padre continuó su labor durante décadas, hasta que una funcionaria gubernamental, durante la administración del Doctor Arnoldo Alemán, colocada en el cargo de directora del otrora fulgurante Ramírez Goyena, le dijo que ya no servía para nada y que lo mejor para el centro era que se retirara, que le diera espacio a las nuevas generaciones de jóvenes docentes; si, la mismas que hoy reclaman reconocimiento social, pero no buscan dentro de ellos la llama que lo genera.

Partió mi padre del colegio, sin bombo, ni platillos, no hubo discursos de despedida, ni certificado de reconocimiento. Pero cada año que sus ex-alumnos, de las más de 40 generaciones a las que sirvió con placer y dedicación, llevaron a cabo un reencuentro en celebración y recuerdo, él no podía faltar, lo buscaban donde estuviera y cual imagen venerada lo atendían, pero sobre todo le agradecían desde lo más profundo de sus  corazones el cambio rotundo que él pudo obrar en sus vidas.

Cuando acompañaba a mi padre a esas celebraciones espontáneas escuchaba mil historias de cómo él respetaba, animaba, promovía, fomentaba, encaminaba, apoyaba a los jóvenes y sus ideas. Y no había en mí más que aprecio, amor, admiración, orgullo por él. Siempre quise ser como él, en muchos sentidos no lo logré, en el fundamental, espero que sí. Me enseño a dar amor, y a mis hijos espero haberles hecho sentir eso mismo.

En 1988 mi padre obtuvo el único reconocimiento oficial que se le dio por algo que más que un trabajo increíble fue una pasión a lo largo de toda una vida, realmente él estaba muy contento ese día y orgulloso, fue muy humilde siempre para solicitar, ya no exigir algo correspondiente a su legado. Yo si soy lo suficientemente insolente para decir que eso nunca estuvo a su altura.

En cierto momento de mi carrera profesional serví para la entidad encargada de la educación pública, allí conocí a gente que se relacionó o trabajó con mi papá, la mayoría siempre extendieron su estima a mi persona, algunos su envidia. Como el caso de alguien que en una reunión me dijo que mi padre nunca se graduó de nada, no era licenciado en nada y que yo lo había superado,

Le respondí con una pregunta, ¿en qué usted cree que yo superé a mi padre?, pues en tus estudios me respondió, no mi estimado le dije, el alcanzó metas superiores y dejó un legado.

El legado de una persona que ha cumplido su propósito en la vida no puede superarse, porque es algo personal y único e irrepetible, además cuando tu propósito es promover el propósito de otros, eso es insuperable.

Muchos buscan toda la vida su propósito, y no lo encuentran, parece muy evasivo en nuestros días, con tanta búsqueda de recompensa fácil y placer efímero, es difícil entender que a veces las cosas buenas cuestan caro.

Mi padre lo encontró y lo cumplió sistemáticamente de una forma increíble en nuestros días, por supuesto acuciado por unas circunstancias extremas inicialmente; no obstante, cuando las circunstancias cambiaron, él se mantuvo firme en pos de su plan de vida.

Mediante una profunda reflexión sobre su vida y desarrollando valores y principios que defendió hasta el último día sobre esta tierra, antes de partir ya era luz, pan, leche y miel.

 

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