LA BRUJA QUE ME SALVÓ

LA BRUJA QUE ME SALVÓ

Nov 05, 2021

Embriagado por el dulzor de la cerveza y guiado por sus vapores espirituosos, yo me dirigía a casa. Era muy tarde, y sabía de buena tinta de que mi esposa, estaría esperándome ansiosa. Ansiosa por darme con el rodillo, esperando detrás de la puerta.

Si, reconozco que me lo tenía merecido. Todas y cada una de las veces que esa mujer me golpeó. Cierto es que tenía razón, pero… Los amigotes, son los amigotes, y hay que beber con ellos, celebrando cualquier excusa: Que mi hijo mayor saca un sobresaliente, cervezas. Que es el cumpleaños del panadero del otro barrio, cervezas. Si a alguien le despiden, bueno, ya sabéis… Chupitos de tequila.

En cuanto se me pasaron los efectos risueños, derivados de la ingesta de ese néctar de cebada, comenzaron mis propios pesares. El alcohol es como una moneda; tiene dos caras. En mi caso, una de ellas me hace ser feliz y olvidarme de todos mis problemas; léase: el trabajo de mierda, el agobio de mis hijos, mi arpía… Digo… Mi mujer… Por otro lado, antes de que se me pasen los efectos del alcohol, de manera anti-intuitiva, llegan los recuerdos. Tengo la capacidad de ver el futuro. Sé exactamente lo que me va a decir mi mujer: “Eres un desgraciado…” “Un mal nacido…” “Cómo osas tratarme así…” “Te vas a arrepentir…” “Borracho, más que curado…” “Holgazán…” (la lista es interminable).

Ese día en especial, estaba demasiado amargado por problemas de trabajo. Mi negrura mental llegó a niveles insospechados. Empecé a fantasear con qué pasaría si mi mujer no estuviera en este mundo.

Haciendo “eses”, de tan ebrio que iba, me tropecé con cubo de basura, y de él asomó un viejo palo de golf. El acero era tan brillante que llamaba mi atención, como las polillas a los focos, y como las polillas me acerqué seducido por la idea de acabar con todo.

Reconozco que caminé bastantes pasos con ese palo de golf en las manos, amparado por los claroscuros de las farolas en la calle. Pero recapacité. Ninguna persona en su sano juicio tocaría a su mujer de algún modo violento. Dejaría que el contrato ese que firmé ante un cura en la iglesia cumpliera por causas naturales… Si, ese que decía “hasta que la muerte nos separe”. Es duro, pero yo no estoy loco. Borracho estaba, pero no loco.

Con tanto pensamiento homicida y fantasioso, no me di cuenta de algo que me seguía. Recuerdo que escuché un ruido que salía del cubo de basura de donde saqué el palo de golf. Era un gato negro que rebuscaba desperdicios. Aún recuerdo esos ojos amarillos como el ámbar.

La gente que ha estado borracha sabe que su cuerpo a veces realiza movimientos que están fuera de la voluntad de cada uno. Y eso fue lo que me pasó a mí. Perdí el equilibrio por unos instantes, y en ese vaivén, hubiera jurado por mis hijos que el gato negro, al saltar de una sombra a otra, por un instante se convirtió en una especie de espectro envuelto en telas oscuras muy sedosas. Pero no hice caso, sabía perfectamente que estaba borracho, así que me di dos bofetadas y continué caminando.

Como sabía que mi buena mujer monstruorizada estaba aguardándome, tomaba los caminos más largos posibles. Enseguida me arrepentí, porque esta vez si que estaba viendo aquella figura saltar entre los tejados. Rápidamente encendí mi linterna para enfocar, pero solo veía al gato cuando lo iluminaba. Aterrorizado, me puse a correr. La adrenalina que corría por mi torrente alcohólico… perdón, mi torrente sanguíneo, hizo que se me pasaran los efectos de tanta cerveza. Eso, y que me oriné encima del miedo. Yo corría y corría, y esa cosa saltaba desde un tejado a otro. Parece ser que el espectro se cansó de jugar conmigo, así que me condujo a un callejón donde me encaró.

Al verme atrapado, esa cosa saltó desde las alturas enfrente mía. Era una bola negra envuelta en trapos negros, que poco a poco se levantó para mostrarme una cara deforme, verrugosa y arrugada. Sus ojos eran amarillentos con la parte inferior de los mismos enrojecidos. Su sonrisa era diabólica, sin apenas dientes, marrones y astillados. Yo empecé a gritar, a pedir ayuda, pero, ese ser sacó una mano huesuda de sus ropajes y con un gesto sentí que me asfixiaba. Mis pies no tocaban el suelo, me estaba estrangulando en el aire mientras lentamente se acercaba deslizándose.

Yo creí que todo estaba perdido, cuando de repente, un rodillo volador hizo su aparición. Golpeó certeramente en la nuca a aquel espectro. Yo caí al suelo al instante, y pude observar como esa horrible visión se derretía gritando de manera desagradable. Lo que vi detrás, fue lo más hermoso que jamás haya visto. Era mi mujer, en pijama. Había salido a buscarme a la calle. Dios… Como amo a esa vieja bruja que me salvó del monstruo.

Yo me llevé mi merecido, lo reconozco. Pero no volví a salir a beber hasta que mi hijo pequeño cumplió los 18. Desde entonces, salgo todos los viernes, pero a beber con mi mujer. Ya sabéis… por si las brujas.

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