El té de Gea

Jan 18, 2022

—¡Muy buenos días, tardes y noches mis queridos oyentes! Les doy la bienvenida nuevamente a una emisión más en la radio «Pos Época», en la cual invitaremos a un té, a una invitada sumamente importante. —se escucha como una puerta se abre y cierra dentro del cuarto de locución.

—¡Bienvenida Gea! ¡Es todo un honor tenerte aquí mismo! —menciona Jonathan a Gea, mientras ella toma asiento para comenzar con su entrevista—. Antes de comenzar; ¿Gustas presentarte? —pregunta el locutor.

—¡Será todo un placer! —afirma Gea mirando fijamente a Jonathan—, ¡hola hijos mios! Mi nombre es Gea, soy la progenitora de su raza, a quien ustedes llaman Madre Tierra, aunque también existen muchos más seudónimos —se presentó mientras su mirada se mantenía fija en el locutor.

—¡Finalmente tenemos esta grandísima bendición de comunicarnos contigo! ¡Dime Madre, ¿cómo te sientes estando aquí sentada mientras te escucha el mundo entero? —pregunta el hablador con la intención de romper el hielo, ya que se estaba sintiendo nervioso por la mirada fija de su invitada.

—¡Emocionada! ¡He esperado este momento desde el primer día en el que nacieron, pero nunca me habían dado la oportunidad! —declaró suavemente pero a la vez entusiasmada—. ¡Esto te lo debo a ti, Jonathan! —le sonrío al locutor esperando una respuesta propia de un elogio.

—¡Encantado de brindarte esta gran oportunidad! ¡Oye, Madre! ¡Cuéntanos! ¿Cuál fue la razón por la que nos creaste? —preguntó el locutor dando comienzo a la entrevista.

—¡El universo es increíblemente amplio! Sin embargo y a pesar de tener la compañía de incontables estrellas, me sentía sola. —respondió Gea—. De alguna manera me sentía sin un propósito en concreto, el solo hecho de estar presente no era suficiente —continuó.

—¡Entonces! ¿Podríamos decir que somos una creación con la que pretendes entretenerte? —criticó Jonathan de manera directa.

—¿Con qué otro objetivo podría haberlos creado? —manifestó Gea—, ¡si les dijera que los creé con la intención de al menos tener un contacto con cada uno, habría perdido el sentido verdadero de su existencia. Además, repito, nunca me han dado la oportunidad. —afirmó mientras miraba sin parpadear a su locutor. Gea apoyó sus brazos cruzados en la mesa para fijar su mirada solo y nada más que en Jonathan—. ¿Cuál es tu propósito dentro de esta radio mi querido Jonathan? —finalizó con una pregunta que perturbaba el sueño del hablador.

—¡Bueno! Si me lo planteas de esa manera, creo llegar a entenderlo. Algunos nacemos para entretener, otros para vivir de los que entretienen. —confirmó Jonathan de manera nerviosa—. ¿Qué me dices de los que viven cuidando el medio ambiente? Ellos tienen un papel muy importante en la Tierra, ¿Cierto? —expuso la segunda pregunta intentando escapar de su mirada.

—¡Claro! ¡De no ser por esas personas, tú ahora mismo no estarías sentado frente a mi! —confesó Madre Tierra—, ¡ten en cuenta que así como las estrellas son diferentes, los mortales también! No existe alguna descripción global que los defina, más allá de la expresión «humanos». —declaró—. ¡Por lo menos, ellos, pueden ser destacados por el hecho de que la existencia siga en pie!

—¡Vaya! Nunca me lo habría imaginado de esa manera. Esto me lleva a preguntarte, ¿Hace cuanto tiempo que existes? —exclamó el locutor.

—¡Me alegra que me lo preguntes! —respondió con una sonrisa de satisfacción—, ¡así como ustedes no saben desde qué día existen, tampoco lo se yo! —afirmó la creadora de la humanidad—, no es que pretenda averiguarlo, ni mucho menos brindarles esa información. Es algo que, a decir verdad, no me concierne. —declaró con orgullo—. Sinceramente, me conformo con saber que existo, lo cual ustedes deberían de hacer lo mismo. —finalizó con su respuesta.

—¡Bueno! ¡Lo dice alguien que se supone que vivió eternamente! —opinó el locutor con ironía—. ¡Aunque sí es cierto de que no tenemos formas o cualidades como para llegar al punto de compararnos contigo! ¿Qué opinas de eso? —formuló su pregunta.

—¡La verdad! Me parece perfecto. —respondió instantáneamente—. ¡Si fueran idénticos a mí, sería totalmente aburrido! —señaló.—¡Ajá! —exclama Jonathan. Apoya sus codos en la mesa y presiona sus manos entre ellas—. Y ¿Si te dijera más bien que tú eres una creación de los humanos? ¿Que nuestro verdadero creador es un Dios que ni tú misma conoces? —expuso el debate principal.

—¿De verdad crees que yo también fui creada por una divinidad, siendo que yo también formo parte de una deidad? —retrucó su pregunta.—¡No lo creo, lo afirmo! —respondió Jonathan.

—¡Ya veo! Entonces sigue siendo innecesario el intento de comunicación que pretendo con todo el mundo. —aseguró Gea.

—¡No es que sea innecesario, más bien, ya conoces tanto tú historia como la de Dios! —comentó el locutor.

—¡No lo sé! Lo que dices no suena tan convincente. Es decir, estoy aquí físicamente para contar mi historia, pero al parecer solo quieren que acepte que ustedes deberían contarla. —declaró la Madre Tierra—. ¡Es como que solo estoy aquí para decir sí a todo. ¿Estoy en lo cierto? —preguntó.

—¡Vale! En ese punto te doy la razón, al fin y al cabo somos egoístas. Queremos oír lo que nosotros mismos hemos escrito. —respondió Jonathan mientras se acercaba su brazo izquierdo en señal de pensamiento—. Pero ¡Bueno! Entonces qué tal si te doy unos minutos para que cuentes tu misma «tu historia». —continuó.

—¡No! Haré algo incluso mejor, algo que debí haber hecho hace millares. —declaró mientras se levantaba del asiento y alzaba los brazos.

En ese preciso momento las aguas de los mares empezaron a secarse, la tierra de los agricultores se volvía infértil, y los árboles de todo el mundo se marchitaban. Las aves del cielo caían como si fueran meteoritos, golpeando a todo ser humano que se encontraban en su camino. Los animales salvajes entraron en una psicosis, de manera que sólo atacaban a los humanos, incluso los herbívoros se convertían en carnívoros. Una vez que Gea bajó los brazos, terminó por abrazar a Jonathan diciendo su última declaración.

«El mundo estaba en tus manos, tenías el poder de salvarlos. Ahora, ¡observa! mira atentamente lo que he hecho por ti», fueron las últimas palabras de la Madre Tierra. Ahora, el locutor vivirá eternamente con la conciencia pesada, mientras el té de Gea será su único alimento.



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